Robert Moses Joyce |
Oh las horas de éxtasis salvaje, los atardeceres junto al verde río,
las cacerías. Oh el alma, que cantaba suavemente el canto del cañaveral
amarillento: devoción ardiente.
G. TRAKL
cómo transcurren las noches en la casa de la ciénaga
cuando la primavera llega y se bebe la fuerza me deja sólo
un hilo
que ondea en el azul del aire
una náusea pálida lo que queda de la nieve
deshaciéndose
paso días enteros tejiendo azúcar en mi crisálida de lana
sin despertarme
sin sentir los pinchazos en los dedos
temo no encontrar la manera de curarme
de echar de mí a este ser que balbucea con mi voz
tan torpe
a este colibrí rabioso que aletea en el lugar del canto
de pronto sobreviene el dolor de cabeza como un puntal de
acero taladrándome el cerebro
no digas lo que los
hombres no pueden decir
otra vez viene y me cose la boca no la aguja no el hilo no
basta
hay que cerrar las ventanas las fisuras que dan al bosque
así vino la vieja y me cosió la boca las pestañas los oídos
y el sexo. duerme.
duerme duerme duerme. así. olvida todo esto
si miras dentro verás la casa torcida la cabaña el circo
donde las otras
aúllan y ríen como locas
es aquí dentro donde
sucede el mundo (me explica)
horizontal en la penumbra sé que las ventanas destellan
que mi cuerpo se enfría se ofrece y yo
ya no soy más dueña sino habitante y recluida en las
secretas cámaras
en mí
allí había una luz amarillenta y la niña del pelo en la cara
comiendo luciérnagas
con la lengua quemada
temblaba desnuda bajo sus harapos pero con esos labios
tiernos
esperando al cazador
al que la busca por los cañaverales jadeando
después ella gime se abre como un junco tronchado y hasta
sonríe
quiere que el hombre venga y la arrastre hasta la cabaña
quiere que
el hombre
:
es tan hermoso dejar que me coloque el pelo con los dedos y
que después me reviente
de amor hasta dejarme sin sentido
mañana la habitación estará vacía el hombre se irá
y yo saldré de nuevo con mi lamparita a recoger ranúnculos
silvestres
sí pequeña mendiga sucia pero con esa infusión de oro en los
ojos y en los dedos
es tan hermoso correr con el barro hasta los rodillas y el
hombre como un lobo
detrás
fundirme en el miedo beberme toda la sal que mis pupilas puedan
diluir
sentir en la espina dorsal ya el momento sus manos
apresando mis tobillos
y el cuerpo aplastado
mis encajes raídos mis huesos tristes
es tan hermoso
no saber si llorar o reír o bramar como una gacela
ensangrentada
mientras el hombre
...
no digo nada
ResponderEliminarlo dices tú todo y mejor
;)
Qué grande...
ResponderEliminarMe has dejado babeando adentro de un cuento-bosque y no quiero regresar.
ResponderEliminarSabes, has hecho algo grande...
Devastador.
ResponderEliminarQuizás es así de bestial.
Porqué no?
Alucinante, me dejas muda.... bella
ResponderEliminarGracias a todos por vuestras palabras y vuestro tiempo, este poema brotó de mí como una sacudida...
ResponderEliminarBesos :)