sábado, 17 de marzo de 2012

Primavera


Robert Moses Joyce



Oh las horas de éxtasis salvaje, los atardeceres junto al verde río, las cacerías. Oh el alma, que cantaba suavemente el canto del cañaveral amarillento: devoción ardiente.
G. TRAKL


cómo transcurren las noches en la casa de la ciénaga
cuando la primavera llega y se bebe la fuerza me deja sólo un hilo
que ondea en el azul del aire
una náusea pálida lo que queda de la nieve
deshaciéndose

paso días enteros tejiendo azúcar en mi crisálida de lana
sin despertarme
sin sentir los pinchazos en los dedos
temo no encontrar la manera de curarme
de echar de mí a este ser que balbucea con mi voz
tan torpe
a este colibrí rabioso que aletea en el lugar del canto

de pronto sobreviene el dolor de cabeza como un puntal de acero taladrándome el cerebro

no digas lo que los hombres no pueden decir

otra vez viene y me cose la boca no la aguja no el hilo no
basta
hay que cerrar las ventanas las fisuras que dan al bosque

así vino la vieja y me cosió la boca las pestañas los oídos y el sexo. duerme.
duerme duerme duerme. así. olvida todo esto
si miras dentro verás la casa torcida la cabaña el circo donde las otras
aúllan y ríen como locas
es aquí dentro donde sucede el mundo (me explica)

horizontal en la penumbra sé que las ventanas destellan
que mi cuerpo se enfría se ofrece y yo
ya no soy más dueña sino habitante y recluida en las secretas cámaras
en mí

allí había una luz amarillenta y la niña del pelo en la cara comiendo luciérnagas
con la lengua quemada
temblaba desnuda bajo sus harapos pero con esos labios tiernos

esperando al cazador
al que la busca por los cañaverales jadeando

después ella gime se abre como un junco tronchado y hasta sonríe
quiere que el hombre venga y la arrastre hasta la cabaña quiere que
el hombre
:
es tan hermoso dejar que me coloque el pelo con los dedos y que después me reviente
de amor hasta dejarme sin sentido
mañana la habitación estará vacía el hombre se irá
y yo saldré de nuevo con mi lamparita a recoger ranúnculos silvestres

sí pequeña mendiga sucia pero con esa infusión de oro en los ojos y en los dedos


es tan hermoso correr con el barro hasta los rodillas y el hombre como un lobo
detrás
fundirme en el miedo beberme toda la sal que mis pupilas puedan diluir
sentir en la espina dorsal ya el momento sus manos
apresando mis tobillos
y el cuerpo aplastado
mis encajes raídos mis huesos tristes
es tan hermoso
no saber si llorar o reír o bramar como una gacela ensangrentada
mientras el hombre


...

6 comentarios:

  1. no digo nada

    lo dices tú todo y mejor

    ;)

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  2. Me has dejado babeando adentro de un cuento-bosque y no quiero regresar.

    Sabes, has hecho algo grande...

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  3. Devastador.
    Quizás es así de bestial.
    Porqué no?

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  4. Gracias a todos por vuestras palabras y vuestro tiempo, este poema brotó de mí como una sacudida...

    Besos :)

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