Madame Lamort está sentada en un mullido sillón adornado con motivos vegetales, la tela de su vestido tiene la misma textura sedosa que las hortensias que decoran la tapicería. Es la hora del té, sus labios brillan humedecidos por el perfume líquido y floral del suavísimo té blanco que ella saborea en ese jardín de tela, en el que resuena, de fondo, una lejana melodía de Pergolesi.
Madame Lamort mira con cautivadora y fingida candidez a ese joven, tan bien vestido, que contempla embelesado la graciosa delgadez de sus pies recogidos en pequeños y encantadores zapatos. Ella parece surgir tan natural de entre sus ropas como el estambre de una flor que acaba de abrirse en la tarde, pero el joven está incómodo, y siente una dolorosa presión en la garganta al observar los brillantes bucles que escapan del peinado recogido de Madame Lamort, y la tenue acuarela de color coral de sus mejillas; pero sobre todo, al imaginar el calor del té de Madame Lamort en sus labios.
Ella remueve su infusión, aún hirviente, para deshacer el azúcar, ayudándose con una cucharilla de plata labrada. El joven desea entonces tocarle las uñas, apresar esos dedos que sostienen tan cuidadosamente la tacita de porcelana. Le mordería las muñecas, estamparía la taza contra la alfombra, y sólo habría una sombra muy clara, en vez de sangre… Pero sabe que no lo hará. Se quedará paralizado y sin despegar los labios, temblando al ver a Madame Lamort inclinando su esbelto cuello para extasiarse en el aroma de los pétalos machacados y desechos.
¿Qué le depararán los posos del té? El joven quiere cerrar los ojos para no ver el momento en que ella apura el último sorbo. Pero, antes de que pueda darse cuenta, los dientes de Madame Lamort se asoman, blanquísimos, en una sesgada sonrisa.
Al tomar té, "el primer sorbo es alegría; el segundo, goce; el tercero, serenidad; el cuarto, locura; el quinto, éxtasis".
ResponderEliminarEl silencio está infravalorado.
Y a pesar de todo, es muy importante cuando se quiere disfrutar verdaderamente el té!
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