miércoles, 11 de agosto de 2010
Del acónito y otros dolores
Pero tú te hundiste en mí
más claro, más brillante, más certero.
Definitivo.
Fuiste el relámpago,
te desvaneciste a la velocidad
de la luz,
aunque a medianoche aún
me desvela la sustancia mineral
de tus ojos, el estaño.
He vuelto a ser la viajera
de mirada desteñida, libre
de reflejos, rostros y paisajes.
En mi corazón errante
de serpiente
no guardo más que el tránsito,
las pérdidas, las estaciones.
He vuelto a ser
la vendedora de acónito
para aquellos que se desconocen
en lo profundo del espejo.
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