sábado, 28 de marzo de 2015

la casa del dolor de cabeza



Ewa Adriana Szumowska



Me desperté en el mismo centro del dolor de cabeza. El dolor de cabeza es el lugar donde debo permanecer y por esto me he quedado sin recursos para pagar alquiler en algún otro lado. Me duele tanto el cabello que se está volviendo cano. Duele dentro del nudo gordiano, el cerebro, eso que desea tantas cosas, en diferentes direcciones. El dolor es una medialuna que cuelga medio dormida en el cielo celeste, el color desaparece del rostro, la nariz señala hacia abajo, toda la vara del zahorí se tuerce hacia abajo, hacia la corriente subterránea: el dolor. Me he mudado a una casa que fue construida en lugar erróneo; hay un polo magnético casi debajo de la cama, casi bajo la almohada y cuando el tiempo cambió, encima de la cama, hubo un cortocircuito. Una vez tras otra intento imaginarme que un enorme cascanueces pellizca con un agarrón milagroso las vértebras del cuello, algo que de una vez para siempre enderezará la vida. A propósito, no solo hay dolor en mi cabeza privada. El mal se relaciona, entre otras cosas, con las negociaciones de paz en París que se han
“malogrado”, y la expresión “malogrado” se proyecta en la pantalla que hay aquí dentro. También duele porque las cartas quedan sin responder, porque ayer estaba enojado, porque uno derriba la vieja y fea casa para construir una más fea aún. Pero la casa del Dolor de Cabeza no está madura para ser eliminada. Antes tendré que vivir allí una hora, dos horas, la mitad de un día. Antes dije que era un lugar, luego he cambiado diciendo que es una casa, pero la pregunta es si no será una ciudad entera. El tráfico se desliza implacablemente lento. Los diarios aparecen. Suena un teléfono.


Tomas Tranströmer
(poema incluido en la antología El cielo a medio hacer, Nórdica)





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