jueves, 27 de noviembre de 2014

el río


Shinya Arimoto



el cauce del río trae toneladas de residuos. hay hombres y mujeres jóvenes que trabajan recogiendo y vendiendo lo que pueda haber de útil. a la hora de comer hacen una hoguera y cocinan pescados a la brasa, para compartir. también hay una muchacha que no sabe hablar, pero siempre está sentada al lado de los otros y escucha. su trabajo consiste en tejer cestas de mimbre para transportar las mercancías que los nadadores recogen

todos vuelven al trabajo, y la muchacha mira los restos de pescado, las raspas, quisiera confeccionar con ellas un instrumento musical extraño o un pequeño peine. lo que le gusta es quedarse cerca del agua y trabajar con las manos, es hábil para eso. lo que detesta es el torrente estruendoso de la mujer que ríe o del hombre enfurecido. la muchacha abre los ojos como una especie de pez de tierra, la pequeña boca inmóvil, y mira las aguas profundas, ella sólo se sumerge por la noche, y siempre sola

la muchacha-anfibio contempla a los nadadores y piensa en la resistencia de sus pulmones, han aprendido a forzarlos para resistir cinco minutos sin respirar, bajo el agua. la muchacha piensa en el límite de esa capacidad, imagina las membranas rompiéndose, quizá sólo una fisura estrecha y las bolsas respiratorias llenándose de agua. entonces atardece, el cielo comienza a apagarse y la muchacha sigue sola sentada cerca de la orilla, los cestos de mimbre se van llenando de silencio oscuro mientras sus dientes relucen quedamente en una sonrisa que se abre a la noche


lentamente los cuerpos esbeltos florecen, uno tras otro, hinchados de agua, a la luz de la luna




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