sábado, 19 de marzo de 2011

La pastora ciega


Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega
A. GAMONEDA.


Al abrirse la primavera yo fui la pastora ciega.


Durante el tiempo del frío permanecí inmóvil, sentada en el silencio de la espera, unida a la quietud del aire. El azúcar que hierve en el silencio fluía por el tallo débil de mi garganta, y al borde de los labios me cortó el roce del último cristal azul.

Entonces tú llegaste cargado con una cesta de uvas, resonante como una esquila en un monte perdido.

Hubiera querido mirarte, morder tu juventud de planta transparente, mientras presionabas mis muñecas y mis dedos se hundían en la tersura, arracimada y redonda, de las uvas.

Después, apenas si recuerdo. Mis manos te buscaban en vano frente a mí, y sólo sentí el polvo azul de las frutas: se abría como una herida tras mis ojos.

Como una herida la púrpura dulce que se derramó en mi lengua mientras, agachado, ceñías mis tobillos.

Yo fui la pastora de los pesares varios, la de las quejas sombrías y la mirada blanca, la rumorosa magnolia que se atreve al viento y es en él crucificada.


En mis dedos calla ahora la sed.

Acaso arderé para siempre en el recuerdo: el roce de tu pelo en mis rodillas, y mis enaguas caídas en la hierba, tangible pureza de la última nieve.


[Imagen: L'espoir. Pierre Cécile Puvis de Chavannes]

4 comentarios:

  1. Me gustaría tener un pequeño poemario, de esos con la letra tímida, con tu nombre en la portada y tus sentidos entre las hojas. No haría más que leerlo una y otra vez bajo las sábanas.

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  2. Gracias por tu comentario, alegra tanto encontrar un lector tan fervoroso! :)

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  3. Bellísimo!!! Escrito con gran sutileza y en la medida justa
    Un abrazo

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  4. Gracias... qué bueno que te guste! yo no estoy del todo segura de que acabe de funcionar este texto, pero fue como un parto difícil, tenía que asumirlo de todas formas... Un abrazo también para ti :)

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