sábado, 9 de octubre de 2010
En el inicio de la estación sombría
Bajo una explosión de sol negro, Clitie aspira otra vez el incienso de artemisa, belladona, cáñamo y manzana. Rememora la fiesta que inicia la estación sombría y la línea de la cordura se adelgaza, se vuelve transparente. Clitie se deja llenar los ojos de humo, piensa en la sombra robusta del que espera
Si tú me dijeras mi dulcísima puta, señora de los musgos y la desolación, afincada en lo hondo de mi sangre, te imploro aquí, te requiero sin cesar entregándome la tersa ciruela de tu boca, la miel de salvia y asombro, te persigo con el pájaro de mi voz que está enfermo de tu nombre, adorno tu frente con las perlas de esta fiebre mojada de no verte y por favor, desgárrame el vestido, haz de mí una reina muerta, incorruptible, cuyos caballeros sueñan con poseer cada noche en plena guerra. Si tú dijeras qué noche amarga la de tus cabellos, qué liviana lascivia la de tus tobillos finos, viajero errante, entonces mi cuerpo estallaría de placer como una fruta radiante.
El río de sol pálido empapa el desierto de espejismos. Cuántas voces sin ojos no pueden adormecerla, cómo se retuerce los cabellos. Pero el tiempo no parece oírla.
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