Shinya Arimoto |
el
cauce del río trae toneladas de residuos. hay hombres y mujeres
jóvenes que trabajan recogiendo y vendiendo lo que pueda haber de
útil. a la hora de comer hacen una hoguera y cocinan pescados a la
brasa, para compartir. también hay una muchacha que no sabe hablar,
pero siempre está sentada al lado de los otros y escucha. su trabajo
consiste en tejer cestas de mimbre para transportar las mercancías
que los nadadores recogen
todos
vuelven al trabajo, y la muchacha mira los restos de pescado, las
raspas, quisiera confeccionar con ellas un instrumento musical
extraño o un pequeño peine. lo que le gusta es quedarse cerca del
agua y trabajar con las manos, es hábil para eso. lo que detesta es
el torrente estruendoso de la mujer que ríe o del hombre enfurecido.
la muchacha abre los ojos como una especie de pez de tierra, la
pequeña boca inmóvil, y mira las aguas profundas, ella sólo se
sumerge por la noche, y siempre sola
la
muchacha-anfibio contempla a los nadadores y piensa en la resistencia
de sus pulmones, han aprendido a forzarlos para resistir cinco
minutos sin respirar, bajo el agua. la muchacha piensa en el límite
de esa capacidad, imagina las membranas rompiéndose, quizá sólo
una fisura estrecha y las bolsas respiratorias llenándose de agua.
entonces atardece, el cielo comienza a apagarse y la muchacha sigue
sola sentada cerca de la orilla, los cestos de mimbre se van llenando
de silencio oscuro mientras sus dientes relucen quedamente en una
sonrisa que se abre a la noche
lentamente
los cuerpos esbeltos florecen, uno tras otro, hinchados de agua, a la
luz de la luna