domingo, 24 de marzo de 2013

una felicidad caliente


Frida Kahlo




La Frida que yo traigo adentro, sólo yo la conozco. Sólo yo la soporto. Es una Frida que llora mucho. Siempre tiene ca­lentura. Está en brama. Es feroz. El deseo la embarga. El de­seo del hombre y de la mujer, el deseo que la cansa. Porque el deseo desgasta mucho, vacía, inutiliza. 
Ésta que ves, a los ojos, es un engaño. Ba­jo los labios que jamás sonríen se alinean dientes podridos, negros. La frente amplia, coronada por las trenzas tejidas de colores, esconde la misma muerte que corre por mi esquele­to desde que me dio polio. Mira, veme bien, porque quizá sea ésta la última vez que me veas. Mira mis ojos de vigilia y sueño, obsérvalos, nunca duermo o casi nunca, atravieso los días y las noches en estado de alerta, capto señales que otros no ven. (...)


La vida la perdí mu­chas veces pero también la recobré; volvía gota a gota en una transfusión, un beso de Diego, su boca sobre la mía, y luego se salía en una nueva operación. A lo largo de treinta años me hicieron treinta y nueve operaciones; en la última me cortaron la pata. «Pies para que los quiero si tengo alas pa' volar». También cuando Diego me dejaba se me iba la vida, pero eso me gustaba. A Diego quería yo darle mi vida. Amarlo hasta morir. Mi vida para que él viviera. A Diego lo quiero más que a mi vida. Yo las cosas no puedo guardármelas, no he podido jamás. Siempre he tenido que echarlas fuera, decirlas de al­gún modo, con el pincel, con la boca. Para decirme, para que otros me entendieran empecé a pintar. Mi cara. Mi cuerpo. Mi columna rota. (...)

Mis corsés. Cuántos corsés. Los corsés los pinté primero con violeta de genciana, con azul de metileno, los colores de la farmacia. Después quise adornarlos, volverlos obscenos, porque mi enfermedad era una porquería de enfermedad, una chingadera. Me jalaban del pescuezo, me estiraban las vértebras con tracción, y mi columna se hacía cada vez más frágil, mi espinazo cada día más inútil, oía yo tronar los huesi­tos como de pollo. Me inmovilizaban meses y meses para sa­lir con que no había servido de nada, pinches matasanos. Mu­chas veces me quise morir, pero también, con furia, quise vi­vir. Y pintar. Y hacer el amor. Y pintar que era como hacer el amor. No tenía otra cosa más que yo. Yo era lo mejor para mí. Y Diego. Cuando me casé con Diego me llegó una felicidad ca­liente. (...)

Todo lo pinté, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis pár­pados, mis ojeras, mis pestañas, mis corsés, uno tras otro, mi nacimiento, mi sueño, mis dedos de los pies, mi desnudez, mi sangre, mi sangre, mi sangre, la sangre que salió de mi cuerpo y volvieron a meterme, los judas que me rodean, el que cuida mi sueño en la noche, el judas que me habita y no dejo que me traicione. Al pintarlos no los exorcizaba, nunca quise exorcizar a nadie, ni a nada. Supe desde niña que si exorcizaba mis demonios sería india muerta.


Elena Poniatowska: "Diego, estoy sola, Diego ya no estoy sola: Frida Kahlo", en: Las siete cabritas, México 2000


2 comentarios:

  1. Impresionante entrada, igual que las palbra sde Frida, besos, y abrazos.

    Gracias por darla a conocer mejor. besos.

    ResponderEliminar