viernes, 30 de noviembre de 2012

olvido


Saana Wang



Aquello que se olvida permanece como una molesta cicatriz cuyo origen no alcanzamos a precisar aunque sea visible para siempre y nos produzca cierta misteriosa picazón los días de lluvia. En cambio, aquello que se recuerda, rara vez es cotejado con la realidad del presente: sabemos que está dentro de una caja, en el estante más alto del armario, y que no hace falta sacudirlo demasiado, ni siquiera abrirlo, para comprobar su existencia. Ésa es la razón por la que aquel que goza de una memoria perfecta difícilmente pierda el tiempo intentando recordar algo, y el motivo por el que la idea del recordar sea siempre inseparable de la idea del olvido.
De ahí que el hombre invoque ficciones para atenuar el dolor de saber que la realidad no puede ser corregida o pasada en limpio salvo que adquiera la textura de un relato cada vez que se la cuenta, con algún nuevo y nimio detalle, con alguna decisiva diferencia.
Por eso, casi siempre, recordamos mucho mejor un libro largo que un día breve.


La velocidad de las cosas, Rodrigo Fresán


viernes, 23 de noviembre de 2012

contra



Dmitry Provotorov

II

Hacer de loca. Golpearse contra el muro contra la pared contra todas las cosas. Hacer.
La loca aparecer la cara imantada contra. Contra el muro las caras de las demás cosas. Contra. Mi brazo doloroso abierto tiritando. El pie la mandíbula entre dientes. Cuidas los hijos que ellos no enloquezcan. Sacar de adentro el pájaro que vuela sin entender la jaula. Esperar pertenencia, espejo roto astilla para reflejarse astilla para abrir vena como clavel, Quisiera.

Nada de nadie, Silvia Guerra


domingo, 18 de noviembre de 2012

tu lejano corazón


Lee Jung




No me siento seguro.
En ninguna parte.
La aventura no termina.
Tus ojos brillan en todos los rincones.
No me siento seguro
En las palabras
Ni en el dinero
Ni en los espejos.
La aventura no termina jamás.
Y tus ojos me buscan.




Roberto Bolaño

sábado, 10 de noviembre de 2012

dentro de mí el tiempo está inmóvil


Franck Juery




Susurra: Sálvame, Señor, el agua está invadiendo mi vida.
T. TRASNTRÖMER



pasan las horas frente a la pantalla lentamente
me voy petrificando 
en la noche los huesos montándose unos
                                                               sobre
                                                                               otros

los movimientos cada vez más tensos:
dedos entumecidos espinas de frío bajo los párpados los labios áridos y el cuello ahora rígido

horas y horas

la noche se espesa como un agua negra
gotea desde la membrana del silencio
el ala que envuelve en secreto a los durmientes

mientras escribo
sola fundida en la piedra de las horas más hondas
se endurecen las esquinas olvido
los nervios el dolor la estrujada flor de carne
todo muere en la parálisis del cuerpo

el silencio de la madrugada es yerto y poroso como una caliza oscura
pero debajo
muchos
metros
donde nadie oye
hay
una corriente animada por una respiración entrecortada

se filtra por mis vértebras me enfría las entrañas

hasta que un aleteo resquebraja la crisálida sombría
despunta la aguja del pasado y punza
una luz roja los opacos cristales de un coche
reaparecen
quién está ahí dentro

un halo de sangre empañada
se vierte en mis pupilas


lunes, 5 de noviembre de 2012

polio


Anunciación, Henrio Ossawa Tunner




por qué están las calles desiertas todos se fueron aquí apesta
acaso está pasando la gran serpiente amarilla
de dónde viene esa brisa infectada se filtra por las ventanas con un cansancio atrofiado
empapa las pequeñas almohadas las sábanas limpias
mañana abrirán los ojos cuántos niños con el cuello rígido los pulmones secos y
dentro el fuego

mi pequeño duerme a veces hace un ruido duro al respirar me sobresalto
la noche entera vigilo respirando el yeso de los muros cada vez más bajos la boca tensa
cuando amanece mis dedos no se mueven
y algo me agota creo que es la luz los interminables días las grietas en el techo
de la boca del sol fluye el transparente hilo de la muerte



viernes, 2 de noviembre de 2012

la consagración de la inocencia


Rafaello Sanzio, Retrato de Bindo Aldoviti



Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.

Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofenderse es el mismo. 

Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles. 

De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro -déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados. 



Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura.