Saana Wang |
Aquello que se olvida permanece como una molesta cicatriz cuyo origen no alcanzamos a precisar aunque sea visible para siempre y nos produzca cierta misteriosa picazón los días de lluvia. En cambio, aquello que se recuerda, rara vez es cotejado con la realidad del presente: sabemos que está dentro de una caja, en el estante más alto del armario, y que no hace falta sacudirlo demasiado, ni siquiera abrirlo, para comprobar su existencia. Ésa es la razón por la que aquel que goza de una memoria perfecta difícilmente pierda el tiempo intentando recordar algo, y el motivo por el que la idea del recordar sea siempre inseparable de la idea del olvido.
De ahí que el hombre invoque ficciones para atenuar el dolor de saber que la realidad no puede ser corregida o pasada en limpio salvo que adquiera la textura de un relato cada vez que se la cuenta, con algún nuevo y nimio detalle, con alguna decisiva diferencia.
Por eso, casi siempre, recordamos mucho mejor un libro largo que un día breve.
La velocidad de las cosas, Rodrigo Fresán