sábado, 4 de diciembre de 2010

Eléboro negro (del Diario de N.)




El día fue la cima de una enfermedad causada por el miedo descosido, desguarecido y expuesto a todas las miradas que lo vuelven un extraño. Los síntomas fueron: tiritar incluso en la inmovilidad, ese licuarse de las palabras en lágrimas interiores, esa metamorfosis de la voz en una cuerda dura que rodea la garganta y, además, la involuntaria transparencia de ropas y piel.
Todo el día vagar como un arcángel harapiento, medio desnudo, idiotizado, ofrecido como singular presente a las miradas pegajosas de tanto mendigo del tacto en noches solitarias. Violada hasta por las pupilas más impensables, cómo no sentirme abandonada por él. Pero en vez de recoger mis andrajos, me dejo yacer como un perro apaleado, esperando que él venga por compasión me recoja, me acaricie, me duche y me quite de encima las manos de otros, el sudor de otros, la saliva de otros, el semen de otros. Para que él me desvista, me duche y me desenrede el pelo, y me seque como si yo fuera una muñeca rota, para que me haga trenzas y me prepare un vaso de leche caliente, me cante y me hable de las flores azules que han crecido por toda la ciudad y que fosforecen en la noche (me hablará de flores azules y nunca de tulipanes o amapolas, flores-herida). No.
Yo resplandeceré azul, enjabonada de radio, y quien me toque caerá enfermo. Miel de eléboro negro sobre mis labios, en mi ombligo y en mi sexo. Me has dolido tanto, hasta abrasarme las entrañas y descomponerme los nervios. Y, sobre todo, por qué me has dejado sola, tantas horas, por qué me entregas al miedo.
Durante todo el día miré a los hombres que vinieron a arreglar el pozo. Eran rudos, fuertes, sus voces resonaban agresivas en mi cabeza. Dos de ellos parecían más mayores y otros dos más jóvenes, seguro que no superaban los 30 años. Me he sentido tan cansada que deseaba que alguno de esos hombres viniera en completo silencio, me levantara de la silla y me llevara en brazos, envuelta en miles de mantas. No un hombre cualquiera, sino el líder de la tribu, capaz de matar leones con sus manos y de desvirgarme sobre una manta de piel blanca en una noche de luna nueva. Y después, me acariciaría el pelo y la frente toda la noche en el sueño del dolor.

1 comentario:

  1. Los líderes de tribus están confundidos por las mujeres altivas y displicentes.

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