miércoles, 29 de septiembre de 2010

Del vértigo y la miel heraclea

“La miel de Heraclea, que es tan venenosa, es parecida a la otra, que es tan saludable (…). La miel de Heraclea es más dulce al paladar que la miel ordinaria, a causa del acónito, que le da un exceso de dulzura (…). La miel de Heraclea, una vez engullida, produce vértigos (…) La miel de Heraclea perturba la vista (…). Finalmente, la miel de Heraclea llena la boca de amargura; de la misma manera, las falsas amistades se convierten y acaban en palabras y en demandas carnales y malolientes, y, si no son aceptadas, en injurias, calumnias, imposturas, tristezas, confusiones y celos, que degeneran, muchas veces, en embrutecimiento y locura”


San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, capítulo XX.


“MIEL HERACLEA. Las abejas forman su miel en la dulzura de grandes flores venenosas. Tomándola, los pastores salen de sí, copulan con los carneros, mueren en el fondo de las cisternas.”

Antonio Gamoneda, Mudanzas.


Fue al sentir en la lengua el gusto indecible de la miel heraclea cuando empezó la metamorfosis, y el color del cobre recién cortado se estancó en el iris de mis ojos. La fatiga apoyó sus dedos de azúcar quemado sobre mis párpados y me fue dado entrar al templo resonante de tu sueño, portando tan sólo una lamparilla de aceite de sufino, hecho de lirios.
Entre los murmullos se abre paso la voz fría de una corriente de aire que me despoja de todo recuerdo, salvo los trazos de tu rostro, tantos días atisbados desde la distancia anónima.

La lamparilla de aceite está a punto de apagarse, casi del todo consumida, y el humo ya no florece en largas volutas pálidas, las flores punzantes del deseo. Después sólo tendré la noche y tu sueño, esa semilla dulce que germina y se quema con el primer grito del sol. Cuando se apague la luz tu sueño será sólo un fluido monótono, un viaje mudo por la constelación de ínsulas extrañas en el que yo no podré hablar, pues no hay palabras en el mar de la serenidad para extraer este dolor que me adormece el cuerpo lentamente, que echa raíces en mí y me enfría los labios como agua de adormideras.

Así, desconocerás mañana este país de panteras, de enredaderas sigilosas, esta boca mía que se aferra a tu nombre, su sólo talismán. Mañana no sabrás nada de mí ni recordarás cómo te estoy mirando ahora, cómo tiembla la llama enferma. Por eso no contengo estos susurros agitados, porque si lograra sólo anidar en alguna esquina de tu noche y perdurar, pero no queda sitio entre las bestias amarillas que pueblan tu memoria.

Ya sólo me sostiene el parpadeo incierto, un hilo de aceite que huele a insomnio blanco, y es éste mi único asidero, no te muevas, no lo consumas tan rápido, no me sueñes así, tan dentro, mis huellas se desprenden de tu sueño como el humo, pero, sobre todo, no abras los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario