ENJAMBRE DE AMANECERES, REBAÑO
DE INQUIETOS MEDIODÍAS
Aún queda mucho por escribir en el Libro de los Errores.
El vetusto redactor está ciego, para cualquier asunto práctico
carece de imaginación, y los ratones de campo le han roído
su texto original para la madriguera. Te amé por primera vez, recuerdo,
cuando estabas de pie en la cocina entre perezosas motas
de polvo veraniego y yo troceaba una nectarina para la ensalada
marroquí
y las botas sieteleguas de tu pena íntima. Puede que en él
la sintaxis sea un poco como el alambre de empacar heno. Confiado,
el alambre debe actuar como Paul Klee con un lápiz. Heno
es la vieja palabra inglesa para golpe.
Golpeas la hierba
al voltearla, supongo, cuando es lamento. Segada. Los ratones de campo
devastaron el jardín del monasterio. Quizá porque es verano
y los atardeceres se colman de halcones en la ciénaga y las noches se
suavizan
con las lechuzas, no podían dejar la hierba sola: royeron las raíces
del romero, picaron en la salvia, el orégano y tomillo.
Qué lástima que la eglantina no sea una hierba, porque es una palabra
Que gustaría utilizar aquí. Su coloración es un híbrido
Entre el ámbar del caucho y el pequeño destello de aurora rosada en el
grano
De una almendra. Es un misterio para mí que tenga yemas en los dedos.
El cuchillo estaba muy afilado. Las olorosas lunas de naranja rosada,
Lunas en cuarto menguante, de fruta, cayeron en el recipiente
Con tanto cuidado como si dos personas que vivieran en ciudades
separadas
caminaran a sus respectivas panaderías bajo la lluvia. La de ella
Huele mejor que la de él. La acre nube de levadura de la masa
fermentada
Flota en el aire como el aroma de la creación. Ambos compraron
Rebanadas de hogazas, caminaron hasta casa, se dirigieron
Con paso rápido a la cocina desde la entrada y las rebanadas al
desparramarse
Hicieron exactamente la misma figura en el suelo. Las nectarinas
Olían como el Libro de la Suerte. Había una ligera niebla
En la bahía a la caída del sol mientras la luna menguante nadaba en sus
pliegues.
Los Miwoks llaman Luna de la Única Tarjeta de Crédito.
Habría dado la yema de mis dedos por tocar tus pómulos,
Y lo hice. Aquella noche el viejo monje dejó pronto de trabajar. Estaba
terminando, de todos modos, y había tomado en las vísperas un poco de
licor de pasas.
Robert Hass, Tiempo y materiales
Bartleby editores (Traducción de Jaime Priede)
A Swarm of Dawns, A Flock of Restless Noons
There’s a lot to be
written in the Book of Errors.
The elderly redactor
is blind, for all practical purposes.
He has no imagination,
and field mice have gnawed away
His source text for
their nesting. I loved you first, I think,
When you stood in the
kitchen sunlight and the lazy motes
Of summer dust while I
sliced a nectarine for Moroccan salad
And the seven league
of boots of your private grief. Maybe
The syntax is a little
haywire there. Left to itself,
Wire must act like
Paul Klee with a pencil. Hay
Is the Old English
word for strike. You strike down
Grass, I guess, when
it is moan. Mown. The field mice
Devastated the
monastery garden. Maybe because it was summer
And the dusks were
full of marsh hawks and the nights were soft
With owls, they
couldn’t leave the herbs alone: gnawing the roots
Of rosemary, nibbling
at sage and oregano and lemon thyme.
It’s too bad eglantine
isn’t an herb, because it’s a word
I’d like to use here.
Her coloring was a hybrid
Of rubbed amber and
the little flare of dawn rose in the kernel
Of an almond. It’s a
wonder to me that I have fingertips.
The knife was very
sharp. The scented rose-orange moons,
Quarter moons, of
fruit fell to the cutting board
So neatly it was as if
two people lived in separate cities
And walked to their
respective bakeries in the rain. Her bakery
Smelled better than
his. The sour cloud of yeast from sourdough
Hung in the air like
the odor of creation. They both bought
Sliced loaves, they
both walked home, they both tripped
In the entry to their
separate kitchens, and the spilled slices
Made the exact same
pattern on the floor. The nectarines
Smelled like the Book
of Luck. There was a little fog
Off the bay at sundown
in which the waning moon swam laps.
The Miwoks called it
Moon of the Only Credit Card.
I would have given my
fingertips to touch your cheekbone,
And I did. That night
the old monk knocked off early. He was making it
All up anyway, and
he’d had a bit of raisin wine at vespers.