domingo, 21 de septiembre de 2014

enjambre de amaneceres



Winston Duke




ENJAMBRE DE AMANECERES, REBAÑO DE INQUIETOS MEDIODÍAS

Aún queda mucho por escribir en el Libro de los Errores.
El vetusto redactor está ciego, para cualquier asunto práctico

carece de imaginación, y los ratones de campo le han roído
su texto original para la madriguera. Te amé por primera vez, recuerdo,

cuando estabas de pie en la cocina entre perezosas motas
de polvo veraniego y yo troceaba una nectarina para la ensalada marroquí

y las botas sieteleguas de tu pena íntima. Puede que en él
la sintaxis sea un poco como el alambre de empacar heno. Confiado,

el alambre debe actuar como Paul Klee con un lápiz. Heno
es la vieja palabra inglesa para golpe. Golpeas la hierba

al voltearla, supongo, cuando es lamento. Segada. Los ratones de campo
devastaron el jardín del monasterio. Quizá porque es verano

y los atardeceres se colman de halcones en la ciénaga y las noches se suavizan
con las lechuzas, no podían dejar la hierba sola: royeron las raíces

del romero, picaron en la salvia, el orégano y tomillo.
Qué lástima que la eglantina no sea una hierba, porque es una palabra

Que gustaría utilizar aquí. Su coloración es un híbrido
Entre el ámbar del caucho y el pequeño destello de aurora rosada en el grano

De una almendra. Es un misterio para mí que tenga yemas en los dedos.
El cuchillo estaba muy afilado. Las olorosas lunas de naranja rosada,

Lunas en cuarto menguante, de fruta, cayeron en el recipiente
Con tanto cuidado como si dos personas que vivieran en ciudades separadas

caminaran a sus respectivas panaderías bajo la lluvia. La de ella
Huele mejor que la de él. La acre nube de levadura de la masa fermentada

Flota en el aire como el aroma de la creación. Ambos compraron
Rebanadas de hogazas, caminaron hasta casa, se dirigieron

Con paso rápido a la cocina desde la entrada y las rebanadas al desparramarse
Hicieron exactamente la misma figura en el suelo. Las nectarinas

Olían como el Libro de la Suerte. Había una ligera niebla
En la bahía a la caída del sol mientras la luna menguante nadaba en sus pliegues.

Los Miwoks llaman Luna de la Única Tarjeta de Crédito.
Habría dado la yema de mis dedos por tocar tus pómulos,

Y lo hice. Aquella noche el viejo monje dejó pronto de trabajar. Estaba
terminando, de todos modos, y había tomado en las vísperas un poco de licor de pasas.



Robert Hass, Tiempo y materiales
Bartleby editores (Traducción de Jaime Priede)



A Swarm of Dawns, A Flock of Restless Noons


There’s a lot to be written in the Book of Errors.
The elderly redactor is blind, for all practical purposes.

He has no imagination, and field mice have gnawed away
His source text for their nesting. I loved you first, I think,

When you stood in the kitchen sunlight and the lazy motes
Of summer dust while I sliced a nectarine for Moroccan salad

And the seven league of boots of your private grief. Maybe
The syntax is a little haywire there. Left to itself,

Wire must act like Paul Klee with a pencil. Hay
Is the Old English word for strike. You strike down

Grass, I guess, when it is moan. Mown. The field mice
Devastated the monastery garden. Maybe because it was summer

And the dusks were full of marsh hawks and the nights were soft
With owls, they couldn’t leave the herbs alone: gnawing the roots

Of rosemary, nibbling at sage and oregano and lemon thyme.
It’s too bad eglantine isn’t an herb, because it’s a word

I’d like to use here. Her coloring was a hybrid
Of rubbed amber and the little flare of dawn rose in the kernel

Of an almond. It’s a wonder to me that I have fingertips.
The knife was very sharp. The scented rose-orange moons,

Quarter moons, of fruit fell to the cutting board
So neatly it was as if two people lived in separate cities

And walked to their respective bakeries in the rain. Her bakery
Smelled better than his. The sour cloud of yeast from sourdough

Hung in the air like the odor of creation. They both bought
Sliced loaves, they both walked home, they both tripped

In the entry to their separate kitchens, and the spilled slices
Made the exact same pattern on the floor. The nectarines
Smelled like the Book of Luck. There was a little fog
Off the bay at sundown in which the waning moon swam laps.

The Miwoks called it Moon of the Only Credit Card.
I would have given my fingertips to touch your cheekbone,
And I did. That night the old monk knocked off early. He was making it
All up anyway, and he’d had a bit of raisin wine at vespers.