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Frida Kahlo |
La Frida que yo traigo adentro, sólo yo la
conozco. Sólo yo la soporto. Es una Frida que llora mucho. Siempre tiene calentura.
Está en brama. Es feroz. El deseo la embarga. El deseo del hombre y de la
mujer, el deseo que la cansa. Porque el deseo desgasta mucho, vacía, inutiliza.
Ésta
que ves, a los ojos, es un engaño. Bajo los labios que jamás sonríen se
alinean dientes podridos, negros. La frente amplia, coronada por las trenzas
tejidas de colores, esconde la misma muerte que corre por mi esqueleto desde
que me dio polio. Mira, veme bien, porque quizá sea ésta la última vez que me
veas. Mira mis ojos de vigilia y sueño, obsérvalos, nunca duermo o casi nunca,
atravieso los días y las noches en estado de alerta, capto señales que otros no
ven. (...)
La vida la perdí muchas veces pero también la recobré;
volvía gota a gota en una transfusión, un beso de Diego, su boca sobre la mía,
y luego se salía en una nueva operación. A lo largo de treinta años me hicieron
treinta y nueve operaciones; en la última me cortaron la pata. «Pies para que
los quiero si tengo alas pa' volar». También cuando Diego me dejaba se me iba
la vida, pero eso me gustaba. A Diego quería yo darle mi vida. Amarlo hasta morir. Mi vida para que él viviera. A Diego lo quiero más
que a mi vida. Yo las cosas no puedo guardármelas, no he podido jamás. Siempre he tenido que echarlas fuera, decirlas de algún modo, con el
pincel, con la boca. Para decirme, para que otros me entendieran empecé a
pintar. Mi cara. Mi cuerpo. Mi columna rota. (...)
Mis corsés. Cuántos corsés. Los corsés los pinté primero con violeta de
genciana, con azul de metileno, los colores de la farmacia. Después quise
adornarlos, volverlos obscenos, porque mi enfermedad era una porquería de
enfermedad, una chingadera. Me jalaban del pescuezo, me estiraban las vértebras
con tracción, y mi columna se hacía cada vez más frágil, mi espinazo cada día más
inútil, oía yo tronar los huesitos como de pollo. Me inmovilizaban meses y
meses para salir con que no había servido de nada, pinches matasanos. Muchas
veces me quise morir, pero también, con furia, quise vivir. Y pintar. Y hacer
el amor. Y pintar que era como hacer el amor. No tenía otra cosa
más que yo. Yo era lo mejor para mí. Y Diego. Cuando me casé con Diego me llegó
una felicidad caliente. (...)
Todo lo pinté, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis párpados, mis ojeras, mis pestañas, mis corsés, uno tras otro, mi nacimiento, mi sueño, mis dedos de los pies, mi desnudez, mi sangre, mi sangre, mi sangre, la sangre que salió de mi cuerpo y volvieron a meterme, los judas que me rodean, el que cuida mi sueño en la noche, el judas que me habita y no dejo que me traicione. Al pintarlos no los exorcizaba, nunca quise exorcizar a nadie, ni a nada. Supe desde niña que si exorcizaba mis demonios sería india muerta.
Elena
Poniatowska: "Diego, estoy sola, Diego ya no estoy sola: Frida
Kahlo", en: Las siete cabritas, México 2000