lunes, 2 de septiembre de 2013

carta


Annett Turki



fue en el segundo encuentro cuando él
me dijo aquello inexplicable sobre cierta textura vegetal
de mis dedos, había claro temperatura alta y humedad
al límite mi cuerpo ahí las abiertas
bocas de las flores derramando algún espeso zumo
imagina, de veras que el olor de tan dulce envenenaba se
trenzaba en el oxígeno y unas finas raíces
descendiendo por la tráquea
bueno los hechos no importan, qué puede
significar todo aquello, sólo que aquí
el sol es tan largo que aburre, creí que hacía bien
en escribirte, sí, no es que quiera huir, fue
una noche extraña sin música, sólo los pétalos que se
hinchaban transpiraban sus fundidos colores, por aquí
las calles son cada vez más estrechas
algo sofocante el aire como te decía se acercó pienso mucho
en ti, no puedo
escribir esto, Voz, lo siento


6 comentarios:

  1. Se te plantó una primavera en la mejilla, pero no hubo música, tú lo dices, yo no.

    Un beso.

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  2. La duda alborota más que el desasosiego; quema la carne preservando la piel. Por eso venimos del oratorio carbonizados, aunque bien vestidos. Qué parte de la verdad entendemos cuando confiamos en haber entendido, si la verdad desnuda se avergüenza y se hace invisible. Los pronombres sólo saben que no son nombres y que les falta resuello para lograrlo. Cada varón porta sobre los hombros el órgano de confundirse y dentro del pecho el de desfallecer. (Bajo el abdomen, el de probar puntería los días feriados.)

    Pensar, he pensado mucho. Soñar. Lo demás, también.

    Es así. Las palabras llaman por su cuenta mientras uno creía que pontificaba. La vida acude y, como la boca sigue abierta, la perorata se vuelve estupor; suena el canto inaudible del papamoscas. Al final no tememos perecer, sino errar; no nos turba la muerte, sino el ridículo.

    Pero a pesar del pánico sabemos que sólo nos salvaremos juntos, cualquiera que sea el nombre que demos a nuestro pleito. Ensayamos pasos de contradanza: se alejan un instante los cuerpos pero los ojos están atados.

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  3. Atropelladamente hermoso. Las cartas más bellas siempre son pura incontinencia, puro derrame.

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