jueves, 30 de diciembre de 2010

El día en que se me quemaron las manos


Sí, me cubrí el rostro con esta tupida red el día en que se me quemaron las manos. La gente sentía piedad por mí. Sentía piedad, sobre todo, porque pensaba que también mi cara había resultado quemada; y yo estaba segura de que el secreto me hacía superior a todos ellos, de que así burlaba su morbosidad. Saben que yo era una mujer hermosa y que doce hombres me enviaban flores cada día. Uno de esos hombres se quemó la cara pensando que así ambos estaríamos en las mismas condiciones, en idéntica y dolorosa situación. Me escribió una carta diciéndome, ahora somos iguales, toma mi actitud como una prueba de amor.

Lloré amargamente durante muchas noches. Lloré por mi orgullo y por la humildad de mi amante; pensé que, en justa correspondencia, yo debía hacer lo mismo que él: quemarme la cara. Si dejé de hacerlo no fue por el sufrimiento físico ni por ningún otro temor, sino porque comprendí que una relación amorosa que empezara con esa fuerza habría de tener, necesariamente, una continuación mucho más prosaica. Por otro lado, no podía permitir que él conociera mi secreto, hubiera sido demasiado cruel. Por eso he ido esta noche a su casa. También él se cubría con un velo. Le he ofrecido mis pechos y nos hemos amado en silencio; era feliz cuando le clavé este cuchillo en el corazón. Y ahora sólo me queda llorar por mi mala suerte.


Bernardo Atxaga

La noche de los encuentros perdidos

(Amor que se desborda en la copa de la ausencia)

La fiera musical me acecha,
de su boca nace la flor caleidoscópica:
todas las palabras
que me oprimen la cabeza,
en cuyo centro sólo vibras



mis dedos apenas rozan
sus pétalos,
pero entre mis piernas
el reguero de savia verde
en vano



si mi boca nada dice,
si sólo soy
un pequeño cáliz miedoso e insuficiente
quebrándome
en la noche de los encuentros perdidos.

lunes, 27 de diciembre de 2010

I'm Nobody

I'm Nobody! Who are you?
Are you – nobody-- too?
Then there's a pair of us?
Don't tell! They'd advertise -- you know!


How dreary-- to be -- Somebody!
How public -- like a Frog--
To tell one’s name -- the livelong June--
To an admiring Bog!


Emily Dickinson.


¡Yo no soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿Eres –Nadie—también?
¿Ya somos dos entonces?
¡Ni una palabra! ¡Lo pregonarían, ya sabes!

Ser – Alguien -- ¡Qué aburrido!
Como una Rana --¡Qué vulgar! –
Pasarte Junio entero diciéndole tu nombre –
a la primera charca que te admire!

sábado, 18 de diciembre de 2010

De la insolación.

Clitie.

Sonido que ahora es ajeno a mí, que ahora sólo está unido a la modulación de sus labios y su lengua.

Clitie.

Mares de girasoles muertos con la cabeza tronchada están llenando mis ojos, con el rostro abrasado de ansiar el sol. Mis párpados y mis mejillas hierven, soportan este incendio de la falta de tus dedos, y el cielo blanco se derrama como un hilo de luz a través de mis pupilas. Reguero insoportable, la ceguera de tus pasos.

La soledad no es esa fruta cuyo zumo pálido me hiela los huesos. No. La soledad es esta sed hecha de palabras.

Faustine

"La hermosura de Faustine merece estas locuras, estos homenajes, estos crímenes."


"Ahora repito, de noche, el nombre de Faustine. (...) estoy angustiado de cansancio y sigo repitiéndolo (a veces tengo mareos y ansiedad de enfermo cuando me duermo)."


"En su prescindencia de mí había algo espantoso"


La invención de Morel, Bioy Casares

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ella

Es una intensísima corriente
un relámpago ser de lecho
una dona mórbida ola
un reflujo zumbo de anestesia
una rompiente ente florescente
una voraz contráctil prensil corola entreabierta
y su rocío afrodisíaco
y su carnalesencia
natal
letal
alveolo beodo de violo
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que
estrellan y disgregan
aunque Dios sea su vientre
pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada
una libélula de médula
una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes
un chupochupo súcubo molusco
que gota a gota agota boca a boca
la mucho mucho gozo
la muy total sofoco
la toda ¡shock! tras ¡shock!
la íntegra colapso
es un hermoso síncope con foso
un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico
un ¡knock out! técnico dichoso
si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios
el obsesivo residuo de una solución insoluble
un mecanismo radioanímico
un terno bípedo bullente
un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio
y espasmos lírico-dramáticos
aunque tal vez sea un espejismo
un paradigma
un eromito
una apariencia de la ausencia
una entelequia inexistente
las trenzas náyades de Ofelia
o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable
una despótica materia
el paraíso hecho carne
una perdiz a la crema.


Oliverio Girondo

domingo, 12 de diciembre de 2010

La casa jaula

I’m terrified by this dark thing
that sleeps in me:
all day I feel its soft, feathery turnings, its malignity.

SYLVIA PLATH

Parece tan sencillo echar la llave,
salir fuera,
caminar,
dejar atrás la casa.
Sin embargo, quién puede ignorar
ese suave aleteo,
la sábana de agua opaca
envolviéndome con tanta ligereza.

Lo sé, es la casa murciélago,
vuela y se extiende
cada vez más,
hambrienta de oxígeno,
sus pasillos sombríos
cuajados de monóxido de carbono
se enraízan en mis venas,
me fluyen bajo la piel.

Y cómo extraer de mi cuerpo
esta casa de membranas,
latiendo, golpeando,
empujándome fuera de mí,
cosiéndose a mis nervios,
a mis retinas huérfanas.
Nuestros límites se confunden,
sus estancias se multiplican en mi sueño,
se estrechan sus ventanas.

Lleno la casa como una higuera negra,
inmensa, henchida de frutos
oscuros
que se desgajan de mis manos y gritan,
tibias mandrágoras
aplastándose contra las ventanas.
La casa jaula crece,
se perpetúa,
me desborda de savia densa,
todas sus semillas humeantes
pesan en mis pulmones.
Yo soy su corazón,
ella late en cada uno de mis pasos.

Tierna jaula mortal
del amor fraterno.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Inmovilidad

Busco sonidos nuevos en las hojas
de viejos libros usados.
Sueño con pájaros blancos, ya extinguidos.
Reconozco cada instante.

El rumor de la vida me angustia,
el murmullo y el grito me perturban.
A la orilla de los últimos tiempos
un sueño blanco me deja inmóvil.

Tú eres blanca, imperturbable en las profundidades,
y, en la vida, colérica y dura.
Secretamente inquieta y secretamente amada,
Virgen, Aurora, Zarza Ardiente.

Palidecen las mejillas de las doncellas de rizos dorados.
Las auroras no son eternas, como los sueños.
Los humildes y los sabios serán coronados de espinas
por la blanca llama de la Zarza Ardiente.


Versos de la Bella Dama, Alexander Blok

sábado, 4 de diciembre de 2010

Eléboro negro (del Diario de N.)




El día fue la cima de una enfermedad causada por el miedo descosido, desguarecido y expuesto a todas las miradas que lo vuelven un extraño. Los síntomas fueron: tiritar incluso en la inmovilidad, ese licuarse de las palabras en lágrimas interiores, esa metamorfosis de la voz en una cuerda dura que rodea la garganta y, además, la involuntaria transparencia de ropas y piel.
Todo el día vagar como un arcángel harapiento, medio desnudo, idiotizado, ofrecido como singular presente a las miradas pegajosas de tanto mendigo del tacto en noches solitarias. Violada hasta por las pupilas más impensables, cómo no sentirme abandonada por él. Pero en vez de recoger mis andrajos, me dejo yacer como un perro apaleado, esperando que él venga por compasión me recoja, me acaricie, me duche y me quite de encima las manos de otros, el sudor de otros, la saliva de otros, el semen de otros. Para que él me desvista, me duche y me desenrede el pelo, y me seque como si yo fuera una muñeca rota, para que me haga trenzas y me prepare un vaso de leche caliente, me cante y me hable de las flores azules que han crecido por toda la ciudad y que fosforecen en la noche (me hablará de flores azules y nunca de tulipanes o amapolas, flores-herida). No.
Yo resplandeceré azul, enjabonada de radio, y quien me toque caerá enfermo. Miel de eléboro negro sobre mis labios, en mi ombligo y en mi sexo. Me has dolido tanto, hasta abrasarme las entrañas y descomponerme los nervios. Y, sobre todo, por qué me has dejado sola, tantas horas, por qué me entregas al miedo.
Durante todo el día miré a los hombres que vinieron a arreglar el pozo. Eran rudos, fuertes, sus voces resonaban agresivas en mi cabeza. Dos de ellos parecían más mayores y otros dos más jóvenes, seguro que no superaban los 30 años. Me he sentido tan cansada que deseaba que alguno de esos hombres viniera en completo silencio, me levantara de la silla y me llevara en brazos, envuelta en miles de mantas. No un hombre cualquiera, sino el líder de la tribu, capaz de matar leones con sus manos y de desvirgarme sobre una manta de piel blanca en una noche de luna nueva. Y después, me acariciaría el pelo y la frente toda la noche en el sueño del dolor.